domingo, septiembre 9

Bajo el siglo veinte

















Yo he sido vagabundo de la melancolía y en mi mundo interior he sido peregrino y en todos los senderos deshojé la elegía de los perros que ladran perdidos en el camino. Como un perro he labrado mi impotente gemido de eternidad... mi queja se ha perdido como una exhalación de can que presiente el olvido viendo la calavera de plata de la luna. 
Y he mirado la luna poniendo sus destellos en el desierto largo donde marcan sus huellas las tristes caravanas de dolientes camellos que sueñan en las noches con pálidas estrellas. Los pacientes camellos que a la luz de la luna remembran su jornada a través del desierto llorando la obsesión azul de una laguna que también fue obsesión de otro camello muerto. Yo he visto las montañas alboreadas de lumbre, donde soplan los vientos sus aludes de hielo, donde sueñan los cóndores (dormidos en la cumbre) que azotan con sus alas soles de un nuevo cielo. Así las muchedumbres en sus visiones bellas sueñan también... los siglos son prolongadas horas, y sueñan una mágica des floración de estrellas en una estelación magnífica de auroras.
Porque vi en mis visiones las tristes caravanas (multitudes rebaño) llorando su laceria, porque ví el gesto imbécil de las razas humanas que lloran en los siglos sus cantos de miseria; porque oí los gemidos de turbas irredentas, para las que fue inútil la sangre del martirio; porque vi los calvarios, porque vi las afrentas del vulgo a los profetas sublimes del delirio, porque vi dolorosas, marchar por los caminos las hordas ciegas que van gimiendo poemas de impotencia (sintiendo los anhelos divinos de ver la luz y de oir parábolas supremas) y porque vi impasible al mito en su nirvana: me enfermó la locura, la megalomanía.

¡Detente humanidad, detén tu raudo paso y contempla tus luchas, tu esfuerzo, tu fracaso!
y si tu frente erguida con regias majestades inclinas al sepulcro de pasadas edades, oirás un gemido,
un doloroso llanto que resuena en los siglos, que te helará de espanto y muda quedarás, encogerás los hombros y ceñirán tu frente los pálidos asombros.
Escudriña y escarba el polvo de los siglos, remueve las reliquias, los bárbaros vestiglos de tu esfuerzo pretérito y sentirás la herida pues verás que tu esfuerzo no he hecho brotar la vida.

Detente humanidad y retrocede un paso, así es como verás al hombre con la espalda torcida y amando su arado, amando sus manos rotas, amando su piel curtida amando su rol de esclavo. Humanidad tu que has sido tan amable con la naturaleza ve lo que le hemos hecho, hemos talados sus árboles, violado su inocencia y arrimado a nuestros hombros las asperezas de sus delicadas flores, dándoselas  a la señorita como ofrenda ¡el ritual nos consume, la moral y las buenas costumbres! Y el silencio, humanidad, ha roto con nuestras esperanzas, ya que nuestros hermanos en los rincones, absortos por tanto trabajo, solo quieren descansar con un pan bajo el brazo y un vaso de vino por si alcanzan a disfrutar aunque sea un momento el ocaso de esta vida, siendo de la historia solo el inútil olvido. 












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