miércoles, septiembre 19

Destellos de lucidez, alucinada lucidez

Suelo buscar en el destierro
tierras que provoquen en mí
el consuelo de lo ajeno.

Corrientes van corriendo sobre peces
escondidos en la arena del desierto,
donde no hay agua, ni viento, ni aire, ni fuego.

Es este, el nuevo amanecer
el amanecer de los ya no queridos, de los olvidados,
de los desterrados, de los sin consuelo,
de los amantes de lo no amado, de los amantes de lo perdido,
de los no comprendidos, de los hambrientos,
de los despojados de sus sueños en sus propios sueños.

Y la realidad no es más que la pesadilla que todos tuvimos
cuando eramos niños
aquella en la cual el agua se convierte en fuego
(así era como el cristianismo nos empujaba hacia el inestable infierno)
¿Infierno? ¡Infierno! Ese infierno ya no repleto de llamas sino ese infierno
que se convierte en nuestra realidad (la de los despojados) con nuestros
propios demonios susurrándonos al oído sus secretos, sus lujurias
sus pasiones sin fuego
sus hambrientos sueños de fuego
el extraviado fuego
el nostálgico fuego.

Ya hay peces en el río
ya no hay fuego en el infierno
tampoco aire donde volar
los pájaros también se han ido.
Ya no hay tierra, de ella fui desterrado
¿donde han quedado los elementos?
¿donde han quedado los amados?
del edén ¿donde ha quedado el árbol violado?

Solo nos queda encerrar la inocencia de los niños,
solo nos queda romper sus ilusiones
solo nos queda hacerlos perdidos
niños perdidos
niños perdidos en un desierto sin tierra
ni tierra
ni patria
ni amor
ni olvido.
Niños en silencio 
niños abrumados y en silencio.
Solo eso nos queda
matar los sueños. 




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