miércoles, junio 9

Celebración de la fantasía

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me
había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de
lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque,
haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía
darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé que
aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré
rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que
yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío,
pieles de cuero quemado... había quien quería un cóndor y quién
una serpiente, otro preferían loritos
o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que
no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado
con tinta negra en su muñeca.
- Me lo mandó un tío que vive en Lima- dijo
- ¿Y anda bien?-le pregunté
- Atrasa un poco- reconoció.

Recuerdo en un pasado no tan pasado, haberlo escuchado, no
recuerdo con qué profesor, o si lo leí en una infinita guía de
lenguaje, pero hoy con mis expedición psicópata de escritores
lo volví a encontrar y lo único que puedo decir, es que me
encanta.

Eduardo Galeano

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